Cualquier intento de dar cuenta de este macabro fenómeno social, intentando ir más allá de la mera explicación esquemática, debe partir de dos supuestos complementarios. En primer lugar, que los fenómenos sociales ocurren más allá de la aproximación estadística que se tenga de ellos (es decir, que no emergen en un punto estadístico determinado); y en segundo lugar, que estos fenómenos no ocurren por las percepciones que los sujetos tienen de éstos (es decir, van más allá de los sujetos que los producen). Esto nos permitirá escapar de las explicaciones a-históricas que fijan el fenómeno del femicidio a causas coyunturales (cambios psicosociales, alteraciones en los roles sociales, etc.) y de aquellas que limitan el fenómeno a conductas enfermizas (intentando mostrar el femicidio como una desviación de la conducta “normal”).
a) Emergencia del fenómeno: Poder y violencia simbólica como determinación en la construcción identitaria de género
Antes de entender cómo surge el femicidio intentaremos dar una definición puramente instrumental del fenómeno mismo: el FEMICIDIO es la expresión más extrema de violencia contra las mujeres, resultado de la descalificación, el hostigamiento y abuso sexual, la violencia física, emocional y simbólica, ejercida en espacios públicos y privados, como formas de poder y control político sobre éstas.. Partiendo de esta base, creemos que surgen a lo menos tres puntos importantes de indagar:
En primer lugar, debemos entender que este poder que se ejerce en contra de las mujeres es básicamente un poder simbólico. Esto no implica que sea un poder “etéreo” o “invisible”, sino que es un poder que se encuentra establecido en las estructuras de poder de la sociedad, tanto en los niveles macro como micro sociales. En un nivel macro, el poder simbólico del hombre está legitimado por la estructura jurídica y política, que da los espacios para que los sujetos puedan violentar a las mujeres sin sentir que tendrán el castigo necesario. Nuestra legislación no tipifica el femicidio como un acto punible, permitiendo casos tan dramáticos como el de esposos asesinos, que luego de cumplir la pena por homicidio simple, vuelven a vivir con los hijos, aquellos que él mismo dejó sin madre.
En un nivel micro social, se ve legitimado por las diferencias en las comprensiones de los roles sociales, y por las distintas formas en que ambos sujetos deben participar en el espacio público y privado. Mientras las mujeres deben estar en la casa [oikos], los hombres están en el espacio público [polis]; mientras las mujeres deben tener la capacidad de generar sentimientos, los hombres deben estar marcados por la desafección y el desapego, etc. Si bien las estadísticas muestran un aumento de la mujer en el campo laboral, en política y otros espacios de la vida en sociedad no ha comenzado a compartir los roles con los hombres; sigue siendo esposa, madre, hija, polola, amante, profesional, etc.
De esta forma, las construcciones de poder simbólico se encuentran legitimadas por estructuras generales y específicas que legitiman el accionar de algunos sujetos sobre otros. De esta forma, la violencia simbólica se hace real, constante y duradera.
En segundo lugar, la estructura ideológica genera una distinción perversa de lo que se entiende por violencia. La violencia se legitima en estructuras de la sociedad, a través de una negación de algunas conductas por sobre otras. Así, no hay una mayor explicación donde se pueda reconocer que existe una violencia económica, una violencia política o una violencia ideológica, limitándose la violencia a lo físico, o a lo psíquico. Además, se tiende a entender esta violencia como una desviación de la conducta “normal”, y en este sentido, como una respuesta fuera de los patrones de la sociedad, desconociendo que es el mismo sistema social el que, a través de pautas culturales y sociales (por ejemplo, a través de los comerciales, a través de las leyes o a través de las desigualdades en los salarios) el que produce y reproduce esta violencia. De esta forma, se castiga un tipo de violencia, pero legitimando una constante violencia de género (que esconde una diferenciación de clase).
Esto último pasa a ser importante cuando se analizan las estadísticas acerca del femicidio. Al igual que el aborto, es un problema que tiene como base las diferencias de clase. Esto implica comprender que en gran parte de la problemática del femicidio existen situaciones que gatillan acciones violentas, como una forma de escapismo social (así como en su tiempo fueron conductas de las clases bajas el alcoholismo o la prostitución). De ningún modo esto significa “perdonar” ni “entender” a los femicidas, sino más bien comprender que éstos no son enteramente culpables (ni como hombres, ni como sujetos individuales) de sus actos. Una causa del femicidio es la distinción se genera entre “mujer rica” y “mujer pobre”: la primera se entiende como autónoma económicamente, creativa socialmente y culturalmente adaptada; mientras la segunda se encuentra constreñida económicamente, limitada en sus relaciones sociales y con un bajo nivel de capital cultural. Esto provoca que una pueda generar reacciones en contra del poder simbólico del hombre, mientras que la otra no. Además, y de esta misma manera, la diferencia de clase construye una diferencia entre los hombres, donde los de clase alta son entendidos como civilizados, frente a los inhumanos de clase baja.
Entender que estas distinciones cumplen un rol fundamentalmente ideológico implica entender el problema del femicidio como un problema estructural, donde ambos sujetos (hombres y mujeres) absorben el sentido común y sufren del fenómeno social (aunque de formas y con consecuencias muy distintas).
b) La lógica estructural del femicidio: Sobredeterminación entre estructura y superestructura
Entender la forma en que el femicidio emerge como fenómeno, sin embargo, no nos permite dar una respuesta a la relación entre estos sucesos y el contexto histórico. Para ello, cualquier aproximación debe re-crear la diferencia entre estructura y superestructura, dando el espacio para entender que el problema del femicidio se enmarca en la relación entre el capitalismo y el patriarcalismo.
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